miércoles, 18 de mayo de 2011

Carmen Castillo



Ancianos

Ocho días llevaba muerto
el hombre de la vuelta de casa
cuando llegó la policía científica.
Los vecinos llamaron al percatarse
del hedor del cuerpo.

Ocho días llevaba su mujer
abrazada a él.

Afuera
en el jardín
asomaban
los primeros brotes del rosal
que ella había plantado en su juventud,
ajenos
a los pétreos ojos y al grito
de la sirena del camión
de los bomberos.


***

Bichos de luz

1.

Solíamos esperar el amparo de la noche
para cometer nuestros crímenes. Corríamos
a los pastizales que rodeaban la escuela
y ahí estaban: destellos misteriosos
que deseábamos atrapar. Estrellas
al alcance de la mano.

2.

Hacía calor y la distancia
de nuestros hogares nos concedía
cierta libertad, aún así nunca
pude matar a ninguno. Me limitaba
a cazarlos, dejarlos en el huequito
de las manos y espiar cómo
se encendían para después liberarlos.
Lo que no podía atrapar era la magia.

3.

Mis amigos con delicada pericia
diseccionaban la parte que contenía
luz.
A veces se deshacían en polvo
otras, las cápsulas arrancadas permanecían
intactas. El juego consistía en adherirlas
a la piel. Volvernos luminosos, ingrávidos
como el aire de la noche.

4.

No duraba suficiente la huída.
Veíamos a las madres asomarse casi
al mismo tiempo en los rectángulos
encendidos.
Lejos
las figuras a contraluz
agitaban los brazos, nos llamaban.
Volvíamos
impunes
pero con la sensación
de que al acercarnos las sombras
se harían cada vez mas grandes.

***

Chumuco


1.

Esta mañana de sol me toca partir.
¿Será la última vez que recorra mi barrio?
¿Podré dar un paseo ligero
por estos laberintos de monoblock
visitando vecinos y hermanos para despedirme?
¿O será este mi lugar aún sin vida
este sitio que conozco más que a mí mismo
que me vio crecer y morir
antes de morir? Ahora
me quedo con vos, madre
en esta habitación apenas iluminada
con mi cuerpo que ya no despierta
en tu compañía.

2.

Tensos nuestros músculos
evitaron la quietud. Espiando
por los pasillos, en la sombra
pasábamos las noches, los inviernos.
No dormir, no soñar
fue quizás lo que deseamos
-y que llegara el carnaval
bailar bien cerca de los bombos-.
Salir, dejarnos atrás. ¿Era eso
tan difícil de entender?

3.

Los edificios se deterioran
Inexorablemente y no hay quien repare.
Siguen en pie, resistiendo
los embates de la sudestada
y de los años. Descoloridos pero dignos
como si los sostuviera la memoria
de su humilde, modesto esplendor.

4.

Soñé que éramos niños. Viajábamos
todos juntos: papá y mamá adelante
nosotros atrás. En silencio, felices.
Era una ruta que nos llevaba al mar
íbamos casi dormidos
al sol, arrullados por el viejo motor
del rastrojero. De repente
tu mano en mi hombro
yo sabía que cuando me sacudías así
algo distinto estaba ocurriendo
-¿Qué pasa Hugo?, te decía. –Mirá.
A nuestro alrededor campos de girasoles
se mecían con el viento: una explosión
amarilla para nuestros ojos. El sol cerca
del horizonte. Las nubes lentamente
transformadas.
Giré para mirarte
tu sonrisa fue lo último que vi.


***


Borradores sobre mi padre

1.

La manchas en las paredes despertaron
desde siempre mi curiosidad de niña,
también las formas que surgen del intento
de nivelar con enduído la superficie.
En el dormitorio de mis padres
un hombre envuelto en llamas
corría hacia mí, hacia adelante
huía
(un bonzo escapando de su irremediable destino). Me provocaba aversión, me deslumbraba
el fuego ardiendo y yo
inerte sin poder dar
un paso al costado. Ni salvarlo.

2.

Once o diez años tenía en tu peor
temporada asmática
veía las gotas que dejaba la nebulización
alrededor de tus ojos. Caían
tus intentos por atrapar el aire.
Le pedía a dios que no murieras
que borrara o viniera a mí tu enfermedad
si eso te curaba. Vos te fuiste
yo me enfermé. Nada salió bien.

3.

A mi padre le gustaba llevarme con él.
Fuimos a ver boxeo, carreras de caballos
a caminar por La Boca. Una vez al circo.
No me gustaban los payasos- él nunca lo supo-.
Tosió toda la función. Yo, asustada
lo miraba en la oscuridad. Parecía
que salían llamas de su cuerpo
con cada tos. Lo envolvían.
De vez en cuando inclinaba su cabeza
hacia abajo esbozando un gesto
leve para tranquilizarme
mientras estallaban las risas.

No valió la resistencia, a la salida
fue inevitable la foto con el payaso
transpirado
desorbitado
y yo mirando fuera de cuadro
hacia adelante

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